Idea
La conciliación, esa olvidada cosa de dos

Si bien la mayoría de los planes y políticas lanzados para facilitar la traída y llevada conciliación de la vida familiar y laboral o personal, insisten en el necesario fomento, al menos teórico, de la corresponsabilidad, su concentración en medidas de sensibilización para que hombres y mujeres se impliquen por igual en la vida doméstica y asuman la responsabilidad de los cuidados de las personas dependientes no están dando sus frutos. Por dónde caminar entonces.
Afortunadamente, la realidad de los modelos familiares es cada vez más diversa, las tasas de actividad y de empleo de las mujeres son altas y muy próximas a las de los hombres, sin embargo, sigue prevaleciendo también su inercia a dedicar mayor tiempo a los cuidados. De hecho, aún es posible afirmar que para muchas madres, a diferencia de los padres, el nacimiento de un hijo o hija supone un cambio de régimen en su organización de la vida profesional y personal, lo que sucede con menos frecuencia en el caso de los padres. Así, es habitual encontrar en nuestro entorno cercano mujeres, con diferentes grados de responsabilidad en las empresas, que recurren a permisos diversos para el cuidado de sus personas dependientes, que piden excedencias y/o que reducen sus jornadas laborales para atender a sus menores o mayores. Basta algunas cifras para ilustrar esta situación: en 2010, según el último modulo de conciliación de la EPA disponible, en torno al 85% de las personas que solicitaban una reducción de jornada para cuidados familiares eran mujeres; del total de personas que solicitaban el permiso de excedencia por cuidado de hijos en 2011, tan sólo el 4,5% eran hombres, siendo el 15% en el caso del cuidado de familiares; y aún más llamativo, en 2012, tan sólo el 54,2% de los padres ejercían el permiso de paternidad. En este sentido, los datos revelan que el uso de los permisos de conciliación son muy sensibles a la remuneración, particularmente en el caso de los hombres.
Pero por qué se sigue produciendo esta diferente dedicación a los cuidados y una escasa utilización de las medidas disponibles facilitadoras de la conciliación de la vida familiar y laboral entre los hombres.
La respuesta a la reticencia masculina a dedicar más tiempo a los cuidados no es unívoca; en todo caso, como señalan algunos estudios (véase, por ejemplo, los profusos análisis realizados por Constanza Tobío) parecen ser tres los grandes obstáculos, que de manera más o menos explícita funcionan en la práctica, alejándoles de las tareas del cuidado: el primero “el saber”, pues ellos, a diferencia de las mujeres, que han sido educadas en un contexto que les ha transmitido el carácter innato femenino de las tareas del cuidado, creen o aluden no contar con los conocimientos para ello. Pero hay dos factores que parecen tener más peso: la presión del entorno, es decir, contar con un contexto social, laboral y personal que lo acepte y lo haga posible; y, por último, y en definitiva, la voluntad de los hombres, y en este sentido sus habituales reticencias están asociadas a una identidad y reconocimiento social que vienen avalados por modelos patriarcales aún predominantes en nuestra sociedad que los sitúan en el ámbito de lo público y lo laboral.
Los sistemas de permisos parentales retribuidos y acotados en el tiempo, vinculados a un mantenimiento de la posición en el empleo han demostrado contribuir a un reparto más igualitario de las responsabilidades de cuidado entre hombres y mujeres, así como tener un impacto más favorable sobre el empleo, al facilitar su uso tanto por hombres como por mujeres, neutralizando su efecto negativo sobre la consolidación del empleo de las mujeres tras el nacimiento de sus hijos.
De nada vale la posibilidad de que los padres puedan disfrutar de parte del permiso de maternidad de la madre (tan sólo el 1,7% de los padres asumían parte de este permiso en 2012); no se trata, como popularmente se dice, de “desvestir a un santo para vestir a otro”. Para que se produzca la verdadera posibilidad de implicación y disfrute se trata de promocionar permisos individuales a intransferibles para padres y madres.
Diversos estudios han demostrado que las políticas de fomento de permisos parentales consiguen aumentar la implicación de los padres en las tareas de cuidado y crianza de las y los hijos. Así, se ha demostrado que tras la aprobación del permiso de paternidad en 2007, los padres que hicieron uso del mismo se implican, como promedio, más en los cuidados infantiles que los que no lo usaron. Según los análisis realizados en otros países, dicha relación parece ser más estrecha en la medida en que aumenta la duración de los permisos, de modo que los permisos parentales parecen contribuir favorablemente a la progresiva socialización de los padres en el rol de padres de facto y de cuidadores.
Además no olvidemos una premisa o ley no escrita que sigue funcionando en nuestras sociedades, y es que las actividades ganan en consideración social en la medida en que son desempeñadas por hombres, independientemente de su contenido (basta echar un vistazo a la revalorización creciente del mundo profesional de la cocina o la estética como claros ejemplos de ello). De modo que en la medida en que las tareas del cuidado sean cada vez más desempeñadas por los hombres éstas ganarán en consideración y quizá lleguemos a ver su inclusión en el sistema de la
Contabilidad Nacional, como se demanda desde algunos frentes.
Con el convencimiento de que una sociedad compuesta por hombres y mujeres que dedican más tiempo al entorno familiar y al cuidado dará lugar a una sociedad mejor que contará con hombres y mujeres más completos y felices, apostamos por medidas que abran y empujen a los hombres a asumir más responsabilidades en estos entornos y que multipliquen las fórmulas de convivencia y de reparto de responsabilidades, alejándonos de los modelos patriarcales dominantes.