Idea

Los protagonistas del proceso de programación del FSE 2014-2020

Culminaban así unos intensos meses de preparación y trabajo por parte de Autoridades de Gestión y Organismos Intermedios, dedicados a definir una programación acorde con las nuevas directrices comunitarias.

Este proceso ha estado marcado por dos elementos que, por su novedad, se han impuesto sobre otros aspectos a tener en cuenta, y han protagonizado las preocupaciones y los esfuerzos de las personas responsables del diseño de los programas: el proceso participativo y el marco de rendimiento. Estos dos nuevos requerimientos reglamentarios han condicionado el ritmo y el contenido de las tareas de programación, aunque con desiguales resultados. Mientras las exigencias vinculadas al marco de rendimiento parecen haber contribuido a la mejora de la calidad del proceso de programación, la positiva aportación del proceso participativo es discutible.

Dejando al margen otras consideraciones que ponen en duda la eficacia del marco de rendimiento, lo cierto es que la necesidad de plantear hitos y valores objetivos lo más realistas posible, ante las importantes consecuencias que se derivarían de su incumplimiento, ha obligado a los organismos programadores a tomarse más en serio las estimaciones en torno a los valores de los indicadores, a utilizar métodos más robustos y justificados, y lo que es más importante, a trabajar más estrechamente con los órganos gestores, haciéndolos más partícipes y corresponsables de la programación. Lógicamente, ello se ha traducido en programas más consensuados, más coherentes, con objetivos mejor definidos y más realistas.

Está por ver la utilidad y la eficacia del marco de rendimiento en las siguientes fases, pero en el proceso de programación ha servido como acicate para impulsar la colaboración y ensayar nuevas metodologías.

Diferente ha sido la suerte del proceso participativo, impulsado por el Código Europeo de Conducta para la Asociación. No cabe duda de que la participación de autoridades públicas a todos los niveles, agentes económicos y sociales, organismos representantes de la sociedad civil, cámaras de comercio, organizaciones no gubernamentales, instancias educativas, etc. en la preparación de los programas enriquece, da coherencia y mejora la calidad de los mismos, sin embargo, la articulación de este proceso en España ha limitado en gran medida sus virtudes.

En términos generales, la intervención de los socios se ha producido, dado lo ajustado de los plazos, en dos momentos: al comienzo y al final del proceso.
La celebración de jornadas, grupos de debate, mesas de trabajo, entrevistas, reuniones grupales, cuestionarios telemáticos, etc. ha sido frecuente al inicio del proceso para contribuir a determinar las necesidades regionales o nacionales, así como para perfilar las estrategias. Sin embargo, posiblemente el tiempo y las energías consumidas por estas actividades hayan sido desproporcionados con relación a las mejoras que se hayan podido derivar para los programas. Al fin y al cabo, las estrategias están tan condicionadas por las recomendaciones de Bruselas, los documentos de planificación nacionales y regionales, las normas de concentración temática o la capacidad de gestión de las distintas unidades de la administración –por citar algunos condicionantes– que las aportaciones del proceso participativo hacen poco más que matizar alguna cuestión o introducir algún elemento complementario, sin influir demasiado en lo esencial.

Estos ejercicios han ralentizado el proceso y dejado poco tiempo para las fases finales de concreción de los ejes de intervención, en las que, dados los plazos, el partenariado no ha estado prácticamente involucrado. Tan sólo ha vuelto a intervenir al final de proceso –sobre todo a través de consultas públicas sobre los borradores de los programas– con plazos muy reducidos y con escaso margen para contrastar opiniones y debatir. Nuevamente, los resultados de esta fase han influido poco en la redacción de los programas. ¿No hubiera sido más fructífero involucrar a los diversos agentes en la parte central del proceso, en la concreción de objetivos y acciones, más que tan al principio y tan al final?

A pesar de ello, es innegable que este tipo de actividades suponen el arranque de una dinámica participativa que deberá reforzarse en las siguientes fases, en particular en el seguimiento de las intervenciones. Éste será uno de los numerosos retos que plantee la gestión de los nuevos programas.

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